Monday, October 24, 2005

Por el Raval entre música

Todo empezó en el corazón de la noche: la emergencia de un zumbido sordo, amortiguado por la distancia, de una piqueta obstinada o una taladradora eléctrica.
Juan Goytisolo


Antes de comenzar a escribir este texto he tenido que decidir entre dar clic en mi iTunes para escuchar a Ojos de Brujo, grupo de flamenco catalán; Exitmambo, demo de jazz de un saxofonista argentino con el cual me tomé una Estrella a unas cuadras de las Ramblas; 17 hippies, grupo de gitanos, viajeros, trotamundos; 08001, colectivo que tocaba en el Raval, cerca de la plaza del tripi, del cual sólo queda ese único disco agotado, ya que se desintegró tras la deportación a África de su líder. Sin darme cuenta ya ha avanzado el tiempo y yo sin decidirme del todo. La música lleva sus propios recuerdos hilados entre las notas: de un grave a un agudo se va reinventando la vida. Finalmente, doy clic en la primera canción de la lista de reproducción: Get up, stand up, de Bob Marley, interpretada por 08001. Si, la voz grave y la melancolía del viejo continente, aunada a la alegría de las costas del Mediterráneo donde, curiosamente, uno flota con mucha mayor facilidad –debido a la salinidad del agua, lo que también da a los mariscos un mejor sabor–. Cómo olvidar los langostinos a la sal preparados por el buen Abdul, quien además estaba asombrado de que un mexicano llevara un nombre árabe –Omar–, justo como uno de sus amigos de Marruecos, a quien tuve oportunidad de conocer, al toparnos con él frente al Fnac; de lo que hablaron no entendí una sola palabra, pero me quedo con la sonrisa de amistad brindada por aquel tocayo, para quien no había diferencia entre ser de una religión o de otra, un idioma u otro, de un continente o de otro, de un país petrolero o de uno consumidor. En estos momentos cabría –aunque suene absurdo, o no tanto, según de la perspectiva que se vea– citar la Sonata a Kreutzer, la de Lev Tolstoi o la de Beethoven o, más bien, la de Goytisolo, no la escrita por él, sino la leída y releída y recordada y vuelta vida y escritura y poema, en su bellísimo libro Telón de Boca, que comenzara a escribir, en el exilio voluntario, tras la muerta de su esposa, en Marrakech, en noviembre de 1996 para finalizarlo, después de haberlo pulido lenta y pausadamente, como se pulen las letras verdaderas, la literatura inspirada por la música, sonidos de arena, piedra o cemento, en Tánger, agosto del 2002, mismo verano que yo pasé en Catalunya.
Leo del fascículo adjunto al CD interpretado por la Orchestre National de la Radiodiffusion Française, dirigida por André Cluytens:
La sonata "Kreutzer"
En la sonata Kreutzer, violín y piano unen dramáticamente su diálogo, alcanzando una sonoridad de potencia casi orquestal.Estos, tras una introducción lenta y solemne, se lanzan a una vertiginosa persecución, que no parece tener fin. La tan esperada quietud se afirma en el segundo movimiento. El tema, cuya luminosa dulzura volverá a escena en el riachuelo de la Sinfonía Pastoral, es reelaborado de diversas formas por los dos instrumentos, que se alternan en el canto y en el acompañamiento. El tercer movimiento vuelve a tomar la andadura impetuosa del inicio, pero en los tonos alegres que habían caracterizado el adagio central.
Ahora una pausa virtual, aunque para ti, lector, no sea más que un cambio de línea. Para leer hay que escuchar, así que bajo la versión electrónica de la sonata de Tolstoi, gracias a The Gutenberg Project, sitio que distribuye clásicos de la literatura de manera gratuita, con el argumento de que los derechos de autor vencen después de un plazo dado, pasando a ser del dominio público –o de la humanidad, si queremos ser más pretenciosos. La de Beethoven la he tenido que comprar; Kazaa no la encontró. En definitiva –o acaso sea un romanticismo demasiado amarrado– el libro físico, real, sigue siendo mucho más placentero que su versión moderna, la electrónica o virtual. Creo que mejor voy a Gandhi por el libro (llevo conmigo el luto que los embarga tras la muerte de su fundador).

Descubrir a Juan Goytisolo fue para mi una reafirmación de cómo la buena prosa no es más que un poema alargado, extendido durante páginas, tiempos y espacios. La calma es la única engendradora de grandes obras: todo a su tiempo y nos amanecemos. Así, fui recorriendo las calles de Marruecos, a través de las palabras del escritor catalán, de la cocina de mi amigo marroquí, mientras escuchaba música electrónica sentado en un café del Barrio Gótico. Con el horizonte nuevo y el olfato despierto, reanudé mis andares por las tierras en la que uno está sólo por un momento, ajeno a su propia conciencia, extasiado ante las maravillas más ingenuas de lo desconocido.
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