Poesía en la calle (o en el metro, según la ciudad)
1. En el corte está la precisión, la finura del universo vuelta arena, la trama escondida de la conciencia; confusión, desasosiego: certeza. Meg Ryan se masturba boca abajo, semidesnuda, mientras sueña con la posesión del amor, la entrega total, el temor a la pérdida. Así es la poesía, temor y posesión, encuentro del universo dentro de uno, propio por conocido, distante por exacto. Ella goza en el recuerdo, en el deseo: futuro vivido de antemano. Se alimenta de poesía, mientras va de casa al trabajo, del trabajo al bar: lee los fragmentos de poemas desplegados como publicidad dentro del metro de Nueva York. Y en sus ojos el negro letargo de la noche... He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas… Las gentes sencillas son las únicas que no buscan la felicidad… Sí, NY no es únicamente las torres gemelas –ahora derribadas–, Paul Auster, Woody Allen y los Mets. NY, como Praga y Londres, donde también se da el programa Poesía en tránsito, son ciudades interesadas por la cultura: ciudadanos lectores, escritores, artistas y fotógrafos. Ciudadanos que viven una vida cosmopolita, en un flujo diario de diversas culturas –son capaces de diferenciar a un chino de un japonés–; desayunan hot dogs, comen borscht, cenan chow mein. Leen, siempre leen.
2. Hace unos años, nuestro gobernador, dijo: No daré un peso para la cultura mientras exista una calle que pavimentar. Curiosamente, vivimos en una ciudad de baches infranqueables, de agujeros –¿está demasiado hondo o voy cayendo demasiado lento? –, de no lectores. El arte debe salir a las calles, la lectura no debe estar confinada únicamente a las bibliotecas públicas (en Gdl hay 6 millones de habitantes y ni una biblioteca pública; la del estado sigue en remodelación, por un bache: el del sismo pasado). Los viajes y la lectura son los peores enemigos de la ignorancia, según Wilde, ¿o era Grey? Sino hay arte, ¿entonces fútbol y religión?
3. Una de las mejores maneras de conocer una ciudad es a través de los escritores que vivieron en ella. Tomemos el caso de Praga, una ciudad sin baches, que no nada –aunque a veces sí lo haga, literalmente– en la abundancia económica, donde vivieron Kafka, Dvorak, Kundera. Allí, uno puede caminar por las callecitas, como de cuento de hadas, por las que anduvieron los de los amores ridículos o los procesados. En Praga también vivió Miroslav Holub, uno de los mejores poetas checos. La poesía de Holub puede leerse, como la de Whitman en NY, en el metro: Aquí también hay paisajes de ensueño/ lunares, abandonados... La palabra penetra entre nosotros y el dolor/como una excusa del silencio.
4. Entonces, la cultura no puede depender de los baches de una ciudad, ¿o si? En Gdl hubo un intento, según me platicaba Raúl, por parte de Dante, de llevar la poesía a la calle: en sus tiempos de estudiantes de letras, imprimían carteles con poemas y los pegaban en las paradas de camiones, o buses, para nuestros amigos castellanos. En nuestros días, ¿se hace algún esfuerzo por llevar la lectura a la calle? Me gustaría pensar que la respuesta es un simple y bello: sí.
1. En el corte está la precisión, la finura del universo vuelta arena, la trama escondida de la conciencia; confusión, desasosiego: certeza. Meg Ryan se masturba boca abajo, semidesnuda, mientras sueña con la posesión del amor, la entrega total, el temor a la pérdida. Así es la poesía, temor y posesión, encuentro del universo dentro de uno, propio por conocido, distante por exacto. Ella goza en el recuerdo, en el deseo: futuro vivido de antemano. Se alimenta de poesía, mientras va de casa al trabajo, del trabajo al bar: lee los fragmentos de poemas desplegados como publicidad dentro del metro de Nueva York. Y en sus ojos el negro letargo de la noche... He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas… Las gentes sencillas son las únicas que no buscan la felicidad… Sí, NY no es únicamente las torres gemelas –ahora derribadas–, Paul Auster, Woody Allen y los Mets. NY, como Praga y Londres, donde también se da el programa Poesía en tránsito, son ciudades interesadas por la cultura: ciudadanos lectores, escritores, artistas y fotógrafos. Ciudadanos que viven una vida cosmopolita, en un flujo diario de diversas culturas –son capaces de diferenciar a un chino de un japonés–; desayunan hot dogs, comen borscht, cenan chow mein. Leen, siempre leen.
2. Hace unos años, nuestro gobernador, dijo: No daré un peso para la cultura mientras exista una calle que pavimentar. Curiosamente, vivimos en una ciudad de baches infranqueables, de agujeros –¿está demasiado hondo o voy cayendo demasiado lento? –, de no lectores. El arte debe salir a las calles, la lectura no debe estar confinada únicamente a las bibliotecas públicas (en Gdl hay 6 millones de habitantes y ni una biblioteca pública; la del estado sigue en remodelación, por un bache: el del sismo pasado). Los viajes y la lectura son los peores enemigos de la ignorancia, según Wilde, ¿o era Grey? Sino hay arte, ¿entonces fútbol y religión?
3. Una de las mejores maneras de conocer una ciudad es a través de los escritores que vivieron en ella. Tomemos el caso de Praga, una ciudad sin baches, que no nada –aunque a veces sí lo haga, literalmente– en la abundancia económica, donde vivieron Kafka, Dvorak, Kundera. Allí, uno puede caminar por las callecitas, como de cuento de hadas, por las que anduvieron los de los amores ridículos o los procesados. En Praga también vivió Miroslav Holub, uno de los mejores poetas checos. La poesía de Holub puede leerse, como la de Whitman en NY, en el metro: Aquí también hay paisajes de ensueño/ lunares, abandonados... La palabra penetra entre nosotros y el dolor/como una excusa del silencio.
4. Entonces, la cultura no puede depender de los baches de una ciudad, ¿o si? En Gdl hubo un intento, según me platicaba Raúl, por parte de Dante, de llevar la poesía a la calle: en sus tiempos de estudiantes de letras, imprimían carteles con poemas y los pegaban en las paradas de camiones, o buses, para nuestros amigos castellanos. En nuestros días, ¿se hace algún esfuerzo por llevar la lectura a la calle? Me gustaría pensar que la respuesta es un simple y bello: sí.
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