Friday, January 06, 2006


De un lado a otro –o en medio de la nada.
Uno deambula por la vida sin apenas darse cuenta de las huellas que ha dejado impresas sobre el camino, ya sea de arena, tierra, cemento o hierba. Hay quienes optan por los círculos: van, vienen y regresan a donde mismo, creyendo haber alcanzado la verdad después de tanto avanzar. Otros van en espirales, líneas quebradizas, oblicuas; casi nadie por las rectas. También hay quienes optan por distintas zonas geográficas, climas, culturas. Que si el Norte, el Trópico o el Sur. Acaso esa sea la decisión importante: latitud. Para mi, la mejor zona del mundo está en los extremos del mundo, alejado de la panza de la tierra, de la geodésica que da una diferencia de 43 kilómetros al medir el radio de la tierra en el ecuador comparando con la medición de polo a polo. Londres es una ciudad que permite vivir el extremo de la vida, tanto en latitud como en círculos concéntricos.
Y estando al norte, opto por el sur. El río divide a la ciudad en norte y sur, con puentes espectaculares –y otros no tanto– que recuerdan al peatón el tránsito necesario entre un extremo y otro, la abismalidad de la nada cuando uno está en medio del puente, cruzando hacia allá, dejando acá. Al igual que en París, al norte se encuentran los comercios, los bancos, la corte de justicia; al sur: los museos, galerías, cines, teatros y mercados de libros.
Pero no basta con cruzar; también hay que saber por donde. Cada persona tiene su puente favorito. Una mañana, mientras iba en el autobús rumbo al río, escuché a una persona comentar que su puente favorito era Waterloo. Llegando al río, caminé hacia ese puente, lo observé detenidamente y pensé, ¿por qué será su puente predilecto, si yo no le encuentro nada de especial? Acaso cada quien asigne un valor distinto a sus gustos y preferencias, sin importar, necesariamente, el valor intrínseco del objeto. Pero, ¿qué mas da? Yo también tengo mis puentes predilectos. Creo que entre mis dos favoritos no puedo decir por cual me decido, aunque cada uno de ellos ofrece ventajas distintas.
Jubilee Bridge: es el puente peatonal más cercano a Picadilly. De hecho, son dos puentes gemelos que van a los lados del puente que lleva la vía de tren. Si uno decide ir por el de la derecha –mirando hacia el sur– camina directo hacia South Bank, mirando de frente el Ojo de Londres y, a la derecha, el edificio del Parlamento. Definitivamente, una vista clásica de la ciudad. Al cruzar el puente se siente el viento susurrar al oído, casi imperceptible por el ruido de los trenes que no dejan de pasar. Ya del otro lado, las posibilidades se incrementan cada vez: el ocio se expande a cada paso que uno da. Caminando, con el río a la izquierda, encuentro: el restaurante Wagamama, con un único menú de fusión asiática; la librería Foyles, el restaurante Giraffe con música y comida del mundo. Luego, el Queen Elizabeth Hall con la galería Hayward detrás y una pista acondicionada para patinetas debajo del edificio, donde siempre hay eskatos dándole duro al patín. Después, el teatro nacional y la cineteca nacional, con el mercado de libros usados frente a la entrada, donde uno puede encontrar libros de cualquier tipo desde una libra.
Millenium Bridge: el puente peatonal más moderno de la ciudad, construido para celebrar la llegada del 2000. Es un puente construido con tensores por lo que, cuando hay mucha gente cruzándolo, se siente ligeramente el movimiento del puente. Pero, además de lo impresionante que puede ser el puente y la vista que desde él se aprecia, están los lugares que van de un extremo a otro. En el extremo norte, el puente de San Pablo con su cúpula impresionante; al sur, lo más impresionante y acaso mi lugar favorito de toda la ciudad, el Tate Modern, museo de arte moderno que alberga a mi pintura favorita: Summertime de Jackson Pollock.
Así, cada persona escoge –o acepta– el lugar donde vive. Si de un lado o de otro, si al norte o al sur, si en círculos o líneas rectas, casi quebradizas. La vida fluye, justo como lo hacen los ríos, en una sola dirección. Contra ello nadie puede, lo prohíbe la segunda ley de la termodinámica, le entropía que no es desastre sino generadora de vida, de tiempo irreversible que nos permite avanzar en una dirección, pero cambiando lados: sea de uno u otro, seguimos siendo arrastrados por el río. Por eso están los puentes y nuestro deseo de ir al otro lado, para creer que podemos tomar decisiones en cuanto a nuestro andar, en el flujo incesante de permanecer volátiles, andando de un punto a otro sin en verdad estar.

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